miércoles, 14 de mayo de 2008

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Aquí estoy de nuevo en medio de un vacío intelectual. A veces se hace muy fácil escribir, muy natural, muy intenso también, todo fluye. Pero otros días son desastrosos, no sale nada, no puedo nada. Las ideas salen, tímidas, pero ni bien llegan a la pared se estrellan, sin siquiera hacer ruido, sin chispas, como gelatina caen al suelo. Se vuelven otra vez inexistentes.

¿Qué pasa? Un poco de cerebro y la crónica sale. Un poco de rumbo. Nada.

Todavía tengo cosas sueltas de Rodolfo Walsh girando por ahí, frases truncadas, descripciones que no alcanzo, todo sin tomar cuerpo. Pero sería favorable que solamente no tengan cuerpo, eso lo podría lograr con un poco de esfuerzo tal vez. ¡No tienen alma! Tampoco. Y ahí están mis palabras sueltas que no pude convertir en un relato, aunque más no sea, mediocre.

Sin embargo, siento que si desespero todo se va a poner peor.

martes, 6 de mayo de 2008

Incapaces de ver más allá –del humo-.


Mañana de bruma, la observo desde la ventana de mi casa y me inspira, debe tener algo bueno esto del humo. Es humo, no es bruma. Pero es bruma. Y yo pensaba en salir de mi encierro y perderme en la ciudad opacada, mirar gente extraña que se me pierde de vista a menos de 100 metros, esconderme de ellos. Después de todo el humo hace todo difuso, se pierden los prejuicios, se olvida la timidez. En realidad el humo es detestable, realmente, duelen los ojos, se secan, duele la garganta, duele el cuerpo. La gente siente que se ahoga, que nunca más va a poder ver el cielo, la gente se desespera. Yo también.
Hoy el cielo está limpio, casi todos se olvidaron del encantador e indignante gris, pero durante más de una semana el humo sobre Buenos Aires estuvo en boca de todos, y nadie se salvo de repetir los mismos comentarios, que se volvían más y más tontos a medida que se seguían trillando por diferentes bocas vecinas. Esto es a propósito, nos quieren matar a todos, cual veneno suspendido en el aire, imposible de no respirar, cual mascarilla que te implantan en la cara para anestesiarte. Hace muy mal a la salud, me dice un médico amigo. Claro, le respondo, pero…
Los noticieros mostraban casi con regocijo el humo sobre las calles, la panamericana cubierta, los caminos inaccesibles, sus imágenes que se sucedían de gente caminando por la ciudad con los ojos lagrimeando, tapándose la boca con pañuelos, mirando al cielo tratando de ver pasar algún avión, en vano. Todos sufríamos terriblemente, todos impedidos de seguir tranquilos con nuestras ocupaciones, de seguir corriendo detrás de nuestra rutina. Se esperaba que caigan al fin las cenizas, y que el humo desaparezca y deje de molestar. Todos le pedían al señor que llueva, para después pedirle que por favor deje de llover.
El espectáculo comenzó cuando los dueños de algunos campos en Entre Ríos incendiaron sus pastizales para renovar los cultivos, y el vapor del fuego viajó desde el delta del río Paraná hacia nuestras ventanas de Buenos Aires, desprevenidamente abiertas. En seguida empezaron las discusiones sobre la ética. Estos desgraciados que cubren de tóxico toda la ciudad, le escucho decir a una señora amiga de mi abuela, Hace una semana que estamos padeciendo, y el gobierno no sabe hacer nada, dice otra. Se divierten con los debates, en el fondo todos respiramos algo nuevo y eso nos gusta. Son los del campo que lo hacen a propósito. Y siguen resonando los comentarios de una charla que pronto se volverá un debate sobre política.
Nueva tarde de humo. Camino por la calle y siento la atmósfera aislante, no solo visual, sino de temperatura, parece no haber lugar para frió ni calor, solo humo, es un clima, algo suspendido en el aire. Era regocijante sentirse en la nada, en el humo, con ese olor que se te metía en los mas profundo de la nariz, entre medio de los ojos, en el cerebro. Con tanto desvarío estaba bien marearse. Yo hablaba del regocijo con unos conocidos, y me decían que estaba loca. El aire se renueva, porque ahora tiene un color más espeso, y el edificio de enfrente se ve diferente, y otras cosas no se ven, entonces la vista deja de ser nuestra virtud favorita y nos orientamos a agudizar los demás sentidos, que tan bien nos viene. El señor que se quedó atascado en una autopista cortada seguro obtenía ese tiempo para pensar que antes no tenía, y vaya a saber que cosas divagaba en su auto, embriagado del humo que de alguna forma atravesaba todo su cuerpo.
A la gente le encanta quejarse, tanto del humo, que es peligroso y puede causar accidentes de transito, como de no poder transitar por las rutas cortadas por el humo que es peligroso y puede causar accidentes de tránsito, y así pasaba otra razón de discordia, otra oportunidad de manifestarse ante una cámara de TV pidiendo justicia.