miércoles, 25 de junio de 2008

Ensayo

Ficcionalizando la realidad

Hace tiempo que me pregunto cuáles son los límites entre ficción y no ficción, y qué relación hay entre esa dicotomía con la mentira y la verdad, con lo que existe y lo que no existe, con realidad e imaginación. Facere –hecho- significa hacer, construir y fingere – de donde surge ficción- es hacer o dar forma; entonces parece ser que la relación hecho/ficción ha sido artificialmente dicotomizada, cuando en realidad provienen de raíces comunes.[1]

La crónica es el modelo de lo no ficcional. Sin embargo, la crónica a veces parece más que nada una ornamentación, una forma ingeniosa, una pretensión entretenida de contar algo que de otra forma no tendría interés, a veces esas formas parecen pesar más que la riqueza de la propia cuestión de lo que se investiga. Cuando pienso en el efecto que se quiere producir, en la supuesta funcionalidad de un relato, cuando se valora tanto la estructura y la intencionalidad, me pregunto por qué habría que escribir algo de tal forma para que cause determinado efecto o llame de alguna manera obscura –o clara- la volátil atención de las personas, si lo que vale es que lo que se cuenta tiene valor por si mismo por ser real. ¿Entonces cuanto hay de verdad en la no ficción? ¿Cuánto de imaginación? ¿Son esas dos palabras –verdad/imaginación- opuestas? Para responder esas preguntas, me es necesario indagar en el criterio de verdad, que es fundamental, y que en los últimos tiempos ha cambiado de forma tal que me permite discutir estas cuestiones.

Sea como sea, el género ‘no-ficción’ es siempre una construcción, y por ende, también una ficción, una ficcionalización de las cosas. Todo relato lo es. Es una elección y selección dentro de un conjunto de acontecimientos, algunos incluidos, algunos dejados de lado. Es una visión de la realidad, una versión, la verdad del que escribe. Los límites de la no ficción son muy amplios y borrosos, precisamente por lo que permite la crónica. Martín Caparrós, que es un acérrimo defensor de ésta, habla de la necesidad de adoptar la actitud del cazador, de la obligación de la mirada extrema[2]. Y es verdad, por debajo de la escritura está la esencia del que escribe, un tema muy interesante que el cronista supo captar (delinear, construir) con sus poderes especiales de observación, de agudeza y búsqueda. En definitiva, sin esencia no hay palabras posibles.

Personalmente, al escribir no ficción me encuentro disfrazando un poco las frases, jugando con las palabras, sobresaltando las cosas. En realidad me asusta una idea de verdad definitiva y única, de hecho real, me gusta pensar que escribo para mí, y cada palabra la elijo por el significado que me despierta, por todo lo que tiene atrás, siento que los demás deberían leerlo de la misma manera, pero se me hace que es casi imposible, que cada uno lleva su germen de verdad. Me molesta que lean lo que escribo y entiendan todo mal, que entiendan otra cosa. Es tonto pensar así, cuando en realidad la mitad de la riqueza de escribir está en eso, en los múltiples significados, en las cosas a medio decir, y a medio entender. Me encanta que me entiendan la mitad, y que la mitad de lo que escribo no tenga sentido. Siento que la escritura te permite todo eso, que todo se trata de un intercambio de pareceres, de subjetividades, de cosmovisiones del mundo y de nosotros mismos. Sobre todo, me gusta que un relato permita la duda, todo me lleva a la duda. Y en la crónica también parece que hay duda. Hay aspectos y dobleces del asunto, hay dobles verdades en las cuestiones, el relato cambia esa verdad única racional, y se llena de otras verdades, la verdad del arte, la verdad de los pobres, la verdad de la medicina. Esas múltiples verdades anticipan que hay una nueva visión de la realidad, que ya no se cree en una verdad única, ni en la realidad objetiva, un relato nunca podrá transmitir la realidad como un espejo, ya no creemos en la ilusión del reflejo. La no ficción le dice al lector: “Todo esto realmente pasó, por lo tanto no me culpen si no parece real”.[3] Ya está blanqueado, los promotores de las crónicas hablan de la subjetividad como estandarte, como valor, como honestidad. Uno espera que el cronista cuente desde su punto de vista y así lo hará. El periodista que sí dice yo. Que dice existo, estoy, yo no te engaño.[4] Como dice Juan José Saer, no se trata de una claudicación ante una ética de la verdad, sino más bien, la búsqueda de una verdad, con la turbulencia y dobleces que eso genera.[5]

A pesar de todo lo dicho, existen elementos que contiene la no ficción que dan cuenta de su ‘realidad’, porque parten de hechos reales, de cosas que efectivamente pasaron: se trabaja con información proveniente de un trabajo de investigación, personas con sus testimonios. Pero no deja de ser una construcción en la que todo se ficcionaliza –se construye-, y entonces se borra la vieja concepción de la no ficción como verdad, la ficción como mentira. Ambas llegan a ser complementarias y se unen de tal manera, porque provienen del intelecto, alimentándose una de la otra. Aun cuando se habla de testimonios, cada testigo arma su discurso contando su verdad, su mirada de lo que vio, o su voz de lo que sabe. Y cuando el escritor se sienta a armar los testimonios, a configurar los personajes, ‘los contados’, se siente algo impune describiéndolos, opinando sobre ellos, delineándoles un perfil que quizá sea injusto. Porque la crónica es la verdad, pero es mi criterio. El pobre tipo no sabe a lo que se expone cuando habla, cuando yo voy a usar sus palabras, cuando soy yo la que lo voy a hacer hablar. ¿Sabe?

La fuente de la que se parte es el hecho real, pero todo buen relato, posee en el fondo una trama en la que se tiende una verdad sobre el mundo del autor, una cosmovisión que envuelve y excede al tema. Ricardo Piglia, en su ensayo sobre narración, plantea que el cuento moderno siempre cuenta dos historias. Yo pienso que cualquier relato lo hace, en su escala y a su modo, la no-ficción claramente lo hace, los ensayos lo hacen. Quiero decir que cualquier obra bien escrita deja atrás, como un rastro, infinidad de cosas que no se ven, la misma forma de percibir la realidad, los valores, la moral, la reflexión. Elementos que nos alcanzan y nos envuelven y nos tocan, de diversas formas, nuestra humanidad.

Rodolfo Walsh, que aun cuando escribe no ficción te deja esa cosa que no te podés sacar de encima, por ejemplo en Kimonos en Tierra Roja, crea una situación, y un estado de las cosas, de acuerdo a su ojo, a lo que él vio; y deja todo un mundo abierto detrás de las palabras que elige, detrás de los colores y texturas y personas que describe de la única forma que podría haberlo hecho. De la misma forma, Italo Calvino en su ensayo la colección de arena, habla desde su ubicación geográfica en el espacio de la exposición, desde sus ojos y sus zapatos, y combina unas palabras así: “Guardar finalmente la sustancia arenosa de todas las cosas”, esa sólo frase abre inmediatamente las puertas de un planteo existencial, que va tiñendo a todas las palabras con su espíritu. El escritor arrastra todo un bagaje de cultura, de ideas, de su relación con la sociedad, su personalidad, eso lo deja, invisible, a medida que construye un relato. Esa es su identidad, y así serán sus mensajes subliminales. Sos sus huellas, tal como lo dice Carlo Guizburg con su paradigma indiciario. ¿Quién puede negar que la escritura está llena de indicios?

Así, como la no ficción no es la verdad, la ficción tampoco es la mentira; en absoluto. Juan José Saer postula que la paradoja propia de la ficción reside en que, si recurre a lo falso, lo hace para aumentar su credibilidad. Pero la ficción no necesita ser creída como verdad, sino como ficción, comprendida como un tratamiento específico del mundo, inseparable de lo que trata. Allí radican sus posibilidades infinitas.

Jorge Luis Borges titula Ficciones a una de sus obras más fundamentales, profundas e interesantes. Él no reivindica ni lo falso ni lo verdadero como opuestos que se excluyen, sino como conceptos problemáticos que encarnan la principal razón de ser de la ficción. Si llama Ficciones a su libro, dice Saer, no lo hace con el fin de exaltar lo falso a expensas de lo verdadero, sino con el de sugerir que la ficción es el medio más apropiado para tratar sus relaciones complejas. Julio Cortazar, por su parte, en su lenguaje experimental, que se mueve dentro de una realidad con espacios y tiempos extrañados, está convencido de que lo llamado fantástico es en realidad una oposición a un falso realismo ingenuo, “que consiste en creer que todas las cosas pueden describirse y explicarse […] dentro de un mundo regido más o menos armoniosamente por un sistema de leyes, de principios, de relaciones de causa a efecto, de psicologías definidas, de geografías bien cartografiadas. La sospecha de otro orden más secreto y menos comunicable, en el que el verdadero estudio de la realidad no reside en las leyes sino en las excepciones de esas leyes.”[6]

Truman Capote, en sus reflexiones de su Prefacio para Música para Camaleones, cuenta cómo él descubrió la mezcla de géneros, esta necesidad de usar todos los géneros y lenguajes: “Quería realizar una novela periodística, algo a gran escala que tuviera la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y libertad de la prosa, y la precisión de la poesía”. Todo buen escritor utiliza los recursos, y hecha mano de todo lo que tiene a su alcance para llegar a expresarse de la mejor manera. Confío en lo caótico y en la intuición del escritor.

¿Cómo se puede pensar que determinada escritura obedece exclusivamente a la realidad o no? Siempre hay límites, pero siempre se cruzan esos límites. Siempre están mezcladas ficción con no ficción, mejor dicho, todo resulta una ficción, nosotros mismos somos ficción. Al escribir estamos ficcionalizando, poniendo nuestro intelecto, nuestra subjetividad. En el proceso, quizá la verdad y la mentira no importen.



[1] Ver Amar Sánchez, Ana María. El Relato de los hechos.

[2] Martín Caparrós. Prólogo de La Argentina Crónica. Editorial Planeta, 2007. Pág. 10.

[3] Ver Amar Sánchez, Ana María. El Relato de los hechos.

[4] Martín Caparrós. Prólogo de La Argentina Crónica. Editorial Planeta, 2007. Pág. 11.

[5] Ver Saer, Juan José. El concepto de ficción.

[6] Mario Benedetti. Julio Cortazar, un narrador para lectores cómplices. Del continente mestizo. 1965.

martes, 24 de junio de 2008

Paradójicamente, leo a Flusser ensayar su tema sobre la antinomia escritura académica/escritura viva, tratado o ensayo, y me da la impresión de estar leyendo un tratado. Tal vez se esfuerza tanto en defender su teoría, que cae en lo que él mismo critica.

“El ensayo no resuelve, como hace el tratado, su tema. No explica su tema, y en este sentido no informa a sus lectores” Pienso que Flusser está haciendo exactamente eso, especifica su tema y resuelve como son las cosas: una cosa es el tratado, otra cosa es el ensayo. Tal vez en esa misma contradicción este la libertad del escritor.

Tal vez me equivoque…

La colección de arena de Italo Calvino se aleja lo suficiente de un ensayo académico –de lo más científico-, de modo que más bien parece pura subjetividad, percepción del autor, su abstracción ante lo que ve, ante su presencia física, que termina planteando una cuestión existencial que envuelve a Calvino y lo lleva a reflexionar sobre su propia vida, de manera tal que el texto llega a ser una reflexión sobre el mundo, la forma de percibirlo, la memoria, y la capacidad de retener la experiencia, la apropiación de los momentos y lugares, del tiempo efímero. Como si coleccionar arena permitiera “Guardar finalmente la sustancia arenosa de todas las cosas, tocar la estructura silícea de la existencia”.
Por momentos parece una crónica, en donde resalta la mirada del autor dentro de un escenario palpable –la muestra de coleccionistas-, el recorrido y los pensamientos que eso suscita, un ejercicio de mirar más allá de lo aparente, obtener significados ocultos, descifrar el significado oculto de la peculiar y misteriosa tarea de coleccionar cosas.
Coleccionar parece ser una metáfora de la incapacidad del hombre de retener/apropiarse/solidificar su existencia.
Calvino se toma un momento de reflexión al observar la exposición. Creo que se trata de los pensamientos que nos suscitan las cosas que vemos, de los pensamientos que me suscitan las cosas que veo, como cuando un libro o una película perturban. No estamos sólo observando algo, ¡estamos pensando! Todo el tiempo, estoy pensando, mientras escribo, es interminable e inacabable.
Ayer mientras miraba un film, el pasto en la pantalla que se movía de un lado a otro por el viento de manera escalofriante, abría otro universo de cosas en el fluir de mi pensamiento.

Aprovechar los disparadores…

viernes, 13 de junio de 2008

El cuento moderno y tradicional. Jaime Rest

Hasta el renacimiento la originalidad narrativa del cuentista radicaba exclusivamente en la diestra y novedosa reelaboración de anécdotas tradicionales, en tanto que el rasgo distintivo del cuentista moderno consiste en presentar sus historias como el producto de una inventiva propia, desligada de vínculos tradicionales. El cuento moderno es de arte absolutamente personal. (…) Estas producciones individuales reniegan del pasado; no quieren tener más antecedentes que su único inventor, quieren que en él comience su historia y en el acabe.
Es a partir del romanticismo, que la denominación cuento, se tornó extensiva al pasado y comprendió en su totalidad la historia del relato breve desde sus orígenes folklóricos en sus formas más sencillas y remotas hasta las concepciones más elaboradas, complejas e indirectas de nuestra propia época. En contraste con la narrativa tradicional, la óptica moderna del cuento es individualista y personal.
En la edad media los cuentistas mantenían fidelidad a las anécdotas tradicionales, que parecían derivar de vertientes foklóricas. El cuento tradicional poseía una naturaleza fáctica, organizado principalmente en el plano de la anécdota, un encadenamiento de acciones. Y su carácter fáctico se divide a su vez en una variedad maravillosa, y otra más realista. Pero siempre dentro de una reelaboración de anécdotas y con intención educativa. Sin embargo, a partir del renacimiento, crece un interés más artístico de la obra, y el cuento adquiere una nueva tesitura literaria.
Con el cuento moderno se da un reemplazo de la cualidad fáctica por una actitud más lírica. Y los hechos referidos, se van siendo suplantados por los cuentitas por efectos procurados. El interés empieza a centrarse más que en “la historia”, en “el discurso”. A la vez que se da lugar a una exploración psicológica, la situación ambigua, el episodio fragmentario que se carga de significados. Se intenta descubrir las raíces de la insularidad y alienación del hombre de nuestro tiempo, así como transmitir una conciencia de la incomunicación humana.

Camino infinito

(narración a partir de una imagen onírica)


Habían pasado ya quince días. Yo pensaba que en el encierro entre un par de paredes, el tiempo se estiraría como chicle, pero no fue así. A veces ni me acordaba del tiempo. Si ya había superado mi obsesión por contar el tiempo, había decidido deshacerme del reloj unos cinco días antes de enfermarme. A pesar de eso, en esa última semana sin reloj, no había dejado de ser puntual, como si las horas se me hubieran incorporado al cuerpo, al pulso de la muñeca. Pero con el encierro las cosas cambiaron, a veces cenaba, y al rato amanecía. Salvo cuando alguien de mi estima venía a visitarme, cuando venía Fran, ahí si que volvía a ver el reloj cada un minuto, si me decía a las cinco y eran las tres y media, esa hora y media estaba perdida, sólo una espera, una mirada eterna al reloj, me hacía tan mal recurrir al reloj que arreglamos que ya no acordaríamos una hora, sino que nos empezamos a guiar por la posición del sol, me divertía mucho con él, me hacía muy bien, en los últimos tiempos nos habíamos hecho muy amigos, muy indispensables, por momentos me asustaba un poco mi dependencia, por eso nos veíamos cada tanto, con mesura.
Mi encierro duró más de quince días. Vivo en un departamento, herencia de mi abuela, es grande, tiene más habitaciones de las que yo necesito, si me aburro de estar en un ambiente me voy a otro, y me entretengo mirando los detalles de las paredes, y los techos, y los muebles y los pisos, otras veces me gusta revolver un gran armario que ocupa toda la pared de mi cuarto. Por eso fue que la idea de tener que estar muchos días haciendo reposo no me perturbaba. Era necesario, y cuando las cosas son necesarias están bien, nunca le retruqué al médico sobre sus indicaciones, y mucho menos sobre su diagnóstico.
Había sido un sábado, me sentía muy mal, muy mareada, me desvanecía en los lugares de tumulto, me daba un calor repentino, me sentía en el aire, y comenzaba a desvariar, a veces hasta la mente se me bloqueaba y me quedaba inmóvil, sin reacción, si permanecía mucho tiempo sentada, prestándole atención a alguien, en una situación luminosa y rodeada de gente me empezaba a asfixiar, un halo pesado me rodeaba y tenía que salir inmediatamente del lugar. Por eso es que tuve que dejar de asistir a las clases de francés, y por supuesto, tuve que tomar distancia del instituto en el que daba clases, enseñaba historia. “Clara, vos tenés la bilis negra”, me decía mi abuela cuando me llamaba por teléfono. Yo no contestaba, sabía que me quería provocar.
Quince días me había dicho el médico que descanse, complementando el tratamiento con unas pastillas azules muy pequeñas que tenía que tomar todas las noches, que muy cautelosamente guardaba en un monederito de un colorado furioso estampado de florcitas blancas, monederito que muy estúpidamente se me perdía de vista a menudo. Hubo veces en que lo buscaba durante horas, revolvía toda la casa, y terminaba encontrándolo debajo de la cama, o en el cajón tapado por papeles y viejas cartas.
El primer día de encierro estuve muy alterada, invadida de una profunda tristeza, toda la tarde en la cama, mirando TV o leyendo revistas, o pensando en nada. Cada tanto lloraba, realmente la situación me desbordaba, ni siquiera los llamados de Penélope me hacían olvidar. La misma existencia mía, de mi cuerpo en esa cama, de mis neuronas procesando las imágenes que emitía el televisor, me devastaba, porque nada podía yo hacer. Pero los días que siguieron recobre cierta fuerza, cada tanto venía Penélope a comer, y nos quedábamos hablando durante horas y horas de Dios, o de historia o del Universo, tomando una copita de jerez; en esos momentos me sentía muy feliz. Otras veces hablaba con mi madre por teléfono, y nos entendíamos, entonces me entusiasmaba y los invitaba a tomar el té, a mirar una película. Tanto mi madre como mi padre eran condescendientes conmigo, y se preocupaban porque no me falte nada, porque me sienta bien, en determinado momento me preguntaban por mi salud, y lo que comenzaba como un diálogo se volvía pronto una discusión en la que yo terminaba gritando, y esa noche dormía tan mal. Otros días me gustaba estar sola, pasármela improvisando en la cocina, escuchando la radio. Todo pasaba rápido, y yo sentía cada vez con más fervor que debía estimular mi hemisferio derecho, ese pensamiento me acechaba, soñaba con mi hemisferio derecho, y me despertaba en medio de la euforia, cayendo en la cuenta de que no había nada.
A los diez días de encierro mi salud había mejorado notablemente, el médico me visitó y me dijo que realmente estaba muy bien, que ya no necesitaría de las pastillitas, y que podía salir algún día si así lo quería.
La noche siguiente había soñado cosas horribles, había estado caminando toda la noche. Caminaba por calles que después se hacían dunas, y el cielo estaba nublado, yo caminaba. De vez en cuando aparecía Fran a los costados de mi sendero, me hablaba, pero yo no lo escuchaba, me trataba de decir algo, me tendía la mano. Yo no podía hablarle, ni alcanzarlo. Intentaba en vano, mi único movimiento eran pasos constantes hacia delante. Y luego Fran se iba transformando en agua, corría por el cordón de la vereda, me salpicaba en la cara dolorosamente y pronto me inundaba. Esa acción se repitió varias veces, hasta que me despertó el teléfono:

-¿Hola?
-¿Clara?
-Justo estaba soñando con vos, que oportuno sos cuando…
-¿Cómo te encontró el médico?
- Me dijo que ya estoy bien, que ya puedo salir. De hecho, voy a caminar por la ciudad en una hora…(La pared tenía una mancha de humedad)
-Esperame hasta la tarde y vamos juntos, ¿Te parece? ¿A donde te gustaría ir?
-¿Hasta la tarde?, no puedo esperar más, es ahora o nunca, ya sabes que… (La mancha venía del techo!)
-Déjame ir con vos, por favor, no quiero que salgas sola.
-No escandalices, no me va a pasar nada, ya no estoy débil, además soy grande, no necesito que me… (El televisor seguía prendido)
-Es que te quiero acompañar, quiero estar con vos en este momento…
-Tengo que hacerlo ahora! Si espero más de dos horas me voy a… (Una mujer llorando)
-A las 5, te paso a buscar…
-No! Me voy a vestir, en una hora salgo. (El ropero abierto)
-¿Donde vas a estar?
-No se.
-Bueno, te voy a llamar al...
"¿José? Dice que no llueve y quiere. .. llueva….llover. Cuantas veces te repetí que…Macarena me vas a volver loco,..”
-¿Hola? Está ligado...
Corté.

No iba a esperar más, era el momento, realmente estaba ansiosa. Me puse mi piloto beige, las botas largas, los guantes, una última mirada al espejo, y me aproxime a mi destino. Al fin salí. Caminaba en el tumulto de la peatonal a las cinco de la tarde. Prefería no acordarme en que calle estaba, me era suficiente el ruido para desorientarme, los pasos apurados, las miradas, el peso de los pilotos de los peatones sobre mi cabeza.
Me sentía algo perdida, no sabía en que esquina doblar. Me tropecé con un poste en la vereda llegando a la esquina, di un giro y me maree levemente, al levantar la mirada un chico se estaba riendo, y se tapaba la boca con las dos manos. Me sentí idiota, y decidí doblar en la esquina. La calle estaba cortada, y el tope era un gran local de bajo, con dos ventanales de vidrio muy grandes, encima de los cuales un cartel con unas letras chinas que invitaba a entrar. Una especie de tienda oriental, un aire de misticismo alrededor.
Entré, al abrir la puerta pesada de vidrio me topé con una gran pared blanca, “la pared de las imágenes mentales, pruebe ver su destino”. Rápidamente aleje mi mirada de esa pared. A un costado había otros productos igual de interesantes. Chauchas amarillas comestibles para bajar la presión, granos de arroz que curaban las pasiones intempestivas, y más cosas que llenaban toda una mesa. Ying Su me miraba muy cordialmente: “Puede probar todo, tranquila puede probar. Pruebe”
En una mesa contigua de vidrio unas instrucciones, en un pequeño volante de papel:
“Uso del hemisferio derecho:
1. No se preocupe, las fallas de la memoria por lo general no se deben a patologías ni al paso de los años.
2. El refuerzo de la memoria mediante repasos periódicos desarrolla nuevas conexiones entre las neuronas y fortalece el recuerdo.
3. Es muy útil la práctica de ejercicios que requieran mucha concentración mental. Palabras cruzadas, enigmas, juegos de naipes o ajedrez, etc. son estrategias muy recomendadas para una buena gimnasia mental.
4. Aprenda y utilice cotidianamente técnicas de memoria,
5. Entrene su capacidad de visualizar objetos con los ojos cerrados. Primero observe atentamente un cuadro, una foto, un paisaje y después cierre sus ojos y procure visualizar con la mayor cantidad de detalles que le sea posible.
Miré la pared en blanco e intimidante por un momento, tenía miedo de lo que pudiera ver, la imagen se formo clara, al principio como en el aire, pero de a poco se fue proyectando en la pared, aunque no tan en el centro como lo hubiera querido. Un sendero de cemento, un piso frio -lo se porque yo lo caminaba-, tan frío como mis pies y la punta de mi nariz. La niña estaba en el medio de ese camino infinito, sus pasos alineados en una dirección, adelante ¿pero hacia dónde iba? La niña que no sabe que es niña, sola. A los costados del camino dos mares, inmensos, interminables. El agua saltaba en gigantes olas de ambos lados, atravesando el sendero, atormentadora. La imagen era sombría, pero paradójicamente llena de paz. La niña camina mirando el suelo, pero pronto levanta su mirada, y el agua sobre su cabeza cruza despiadada, pero no la toca.

Consideraciones sobre el cuento -según ricardo Piglia.

Hablando de la historia II que sostiene un cuento, que está por detrás, Piglia dice: “No se trata de un sentido oculto que depende de la interpretación: el enigma no es otra cosa que una historia que se cuenta de un modo enigmático.” Sin embargo, en el siguiente párrafo, al referirse al cuento moderno, procede:
La versión moderna del cuento (…), abandona el final sorpresivo y la estructura cerrada; trabaja la tensión entre las dos historias sin resolverla nunca. La historia secreta se cuenta de un modo cada vez más elusivo.” En este punto me parece que entra a jugar la interpretación del que lee, porque en el cuento moderno, al no tener un final, se dejan las puertas abiertas, y el lector es invitado a pensar que pasó, y creo que se permiten las interpretaciones. Por supuesto que no se puede negar que un cuento posee un sentido que se lo da su autor, y que está por detrás de las palabras, y en las palabras mismas, y su contar está envuelto de su subjetividad, pero en el cuento moderno juega también un papel muy importante la subjetividad del receptor. Yo diría que hasta detrás de un cuento podría haber un diálogo entre el escritor y el receptor, a partir de la forma en que este recibe las palabras escritas y las resignifica, y piensa en sus propias palabras.
“La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión”.
“El cuento se construye para hacer aparecer artificialmente algo que estaba oculto. Reproduce la busca siempre renovada de una experiencia única que nos permita ver, bajo la superficie opaca de la vida, una verdad secreta.”
Segunda tesis de Piglia: “La historia secreta es la clave de la forma del cuento y de sus variantes”. Lo que me pregunto es si los escritores parten de la historia dos, que evidentemente es la esencial, y en base a ella usan una forma determinada de la cual valerse (historia I), o si comienzan escribiendo la historia por un camino y dentro de una forma y la segunda historia la van conformando a medida que se les va develando a ellos mismos, como un camino un poco más inconsciente que estratégico.

“El fin es siempre involuntario o parece involuntario pero está premeditado y es fatal”

“Como las artes adivinatorias, la narración descubre un mundo olvidado en unas huellas, que encierran el secreto del porvenir”

R. Piglia

"Al penetrar en el sentido subyacente y poco menos que el tácito de los sucesos expuestos (en un cuento), descubrimos que la clave de una existencia íntegra se halla concentrada en una encrucijada cuyo transcurso abarca apenas unos pocos instantes"
J. Rest

Notas de lector

Cuentos de Raymond Carver, J. D. Salinger y Rodolfo Walsh


Raymond Carver

Los cuentos de Carver narran situaciones de la vida cotidiana, que a simple vista son muy simples, cosas comunes, muchos diálogos, escenarios de todos los días. Tanto en ¿De que hablamos cuando hablamos de amor?, ¿Por qué no bailáis? y Una cosa más, tiene un rol fundamental la casa, el hogar; y en los tres hay de por medio alcohol, elemento que afloja a los personajes y acompaña el desarrollo de las conversaciones. Las conversaciones, que hasta llegan a parecer triviales, en realidad contienen temas muy esenciales. En este sentido su obra se corresponde con sus palabras sobre el cuento publicadas en su ensayos Escribir, ya que se ubica en las situaciones simples y comunes, y a partir de allí logra generar con las palabras adecuadas, una profundidad interesante. Siempre parece haber de fondo, referencias a las problemáticas de las relaciones humanas, una discusión, una reflexión de las actitudes de las personas, de los sentimientos, de la familia, de los amigos, y de la misma individualidad. En última instancia, Y como buen cuento moderno (según lo afirma Rest) los relatos toman conciencia, en la propia comunicación, de la incomunicación humana.


J. D. Salinger

En Un día perfecto para el pez banana, prevalece el diálogo, que le va dando cierta linealidad al relato, y una temporalidad real y continua.
Los personajes son caracterizados por su forma de hablar, y por las cosas que hacen, que son descriptas por el narrador muy minuciosamente, y permiten así formarse una imagen muy real de los actuantes, los escenarios y las situaciones. Creo que Salinger juega mucho con la visualidad y con los colores.
Se trata de una pareja que está de viaje, y el relato deja inferir que el hombre de la pareja, el esposo de la chica, se encuentra en un estado psicológico problemático, particularmente por el trauma que le dejó el haber estado en la guerra. Por otro lado, la chica esposa, muestra una personalidad muy diferente, muy normal, dotada de sentido común, y hasta trivial; por las cosas que lee, su comportamiento en la habitación, y por su diálogo telefónico con su madre. El contraste entre la pareja parece demostrar que el hombre está muy solo, enfrentando solo sus traumas y sus oscuros pensamientos que no puede compartir con nadie porque nadie pasó por lo que el pasó, como sucede con todos los héroes de guerra en general, que pasan a ser incomprendidos en una sociedad que sigue su curso dentro de una normalidad establecida. Esto último creo que es la centralidad de la historia II (de la que habla Piglia). Esa soledad que lleva al protagonista al suicidio. Y plasmado esto en la principal alegoría que es la de los peces banana, que son esos seres que se meten en un hueco y se comportan como cerdos, llegando a comerse setenta y ocho plátanos. Y después de eso engordan tanto que ya no pueden salir. Evidentemente ese es el pozo en el que está hundido Seymour, y del que no puede salir.

En El hombre que ríe, Salinger se ubica desde la perspectiva de un narrador pequeño, de un niño, o mejor dicho, un hombre que narra desde su visión de cuando era pequeño. Desde allí se acuerda las aventuras de sus años de infancia y describe la historia de un personaje, su profesor, a la vez que análogamente presenta la historia de un protagonista de una historieta, El hombre que rie. Creo que podría pensarse que hay en realidad una identificación entre esos dos personajes, que eran vistos ambos como héroes para el niño. Y al tiempo que el profesor le narra a sus alumnos la historia de este hombre, él mismo se ve involucrado en historias (la historia con la chica), que van siendo análogas.


Rodolfo Walsh

En su cuento Fotos, Walsh usa una particular forma de escribir. La narración se presenta por apartados, y la particularidad de la escritura es que no hay un único narrador que va contando o explicando, sino que nos encontramos con una multiplicidad de voces y de miradas. Una polifonía de voces y de discursos. Y en esa polifonía, Walsh va caracterizando nada menos que a un país, Argentina; con los discursos y las situaciones de su gente.
El cuento se llama Fotos porque el protagonista se convierte en fotógrafo, pero a la vez se juega mucho con el título porque pareciera ser que muchos de los apartados fueran en realidad fotos, descripciones, caracterizaciones de algo.

Frío - calor

(narración a partir de un espacio físico)

El cielo era más azul que nunca –más azul que nunca no podía ser, porque yo estaba sola, y la vida aun no se me revelaba-, el ambiente era nítido y frío. Una noche fría de mayo, como la mayoría de las noches que nos dio mayo ese año, como si mayo fuera una especie de dios.

Estaba sentada afuera, en las afueras del edificio, en el mismo lugar que había compartido con una persona que ya se había alejado de su vida, casi de la peor forma, de la forma que ella sabia desde antes, de la forma que no quería, -esa amistad pegajosa y sonriente-. Estaba en esos pasajes de cementos y hojas caídas, que recorrían un lugar, que cuando las condiciones estaban dadas, se volvía tenebroso. Galpones muy grandes, con ventanales de vidrios rotos, lugares siniestros y vacíos, algunos techos ya derrumbados hace mucho tiempo, solo vigas, estructuras ya sin sentido material, que sostenían al cielo, tal vez para que no se nos venga todo encima.
También vi con el cielo esas veces que nos juntábamos casi a desgano, y yo me hacia la loca y pateaba ramas, y siempre mantenía distancia y todo era inútil. Pero ahora también era inútil relacionar esos lugares con aquel personaje, porque ya no había nada de esas cosas, y en los lugares no quedan las anteriores presencias de las personas, porque el tiempo se lleva todo, muy avaro a veces nos deja la memoria, solo eso.
Y ahora ella estaba sola, porque en las horas libres ya no había muchos amigos, a esa edad los amigos ya eran otra cosa, todo se volvía otra cosa.
Había tanta gente dentro del edificio, tanto murmullo y barullo, saludos casuales y automáticos, sonrisas necesarias, carteles políticos, que tuvo que salir, tuve que salir, no importaba el frío, siempre es bueno tomar aire aunque sea frío, y poder estar en soledad, lejos de las obligaciones que implicaban mantener una conducta entre tantos.
Por otro lado estaba el mareo que tenia, las súbitas sensaciones de frío-calor, la molestia en el vientre, el molesto e inoportuno llamado. Porque algo había pasado por esos días. Algo con él. Por un lado lo de siempre, esa forma irresponsable de tomar pastillas, por otro lado algo nuevo, desde hace unos días.
En el momento en que parecía ver la revelación, las voces interrumpieron casi sin tomar recaudos, sin la conciencia de la molestia ni del otro, las voces se imponían, y no dejaban seguir pensando en nada mas, eran unos estudiantes que se preparaban para decir lo que habían aprendido, hablaban de la guerra mundial, del librecambismo (¿) , de fases, de épocas, del consenso de Washington, de la guerra fría. ¿Como es que estaban ahí afuera? Si yo me había ido lejos. Sin embargo, la apariencia de las cosas había cambiado, todo era lejano, nublado, nada se entendía. Por fin decidieron irse, pero no por darse cuenta de que me molestaban, eso no les importaba, tal vez ni se habían dado cuenta de mi presencia.
Se daba cuenta que los demás pasaban por al lado como si nada, y ella misma lo hacía todo el tiempo. Sea como sea se fueron, justo cuando empezaba a entender un poco sobre ese sueño en el que despegaba, en el pájaro, en la libertad. La necesitaban. Se lo habían dicho esa misma tarde por computadora.
Todo volvió, otra vez las fábricas sin techo, frías y oscuras, con cavidades secretas que nadie entendía, ni se esforzaba por entender. Se le ocurrió mirar para dentro, desde su soledad inevitable y ansiada, a los que estudiaban juntos los que llenaban las mesas de cosas académicas, de conocimiento, de iluminismo y de chismes, de sentido común. Había dejado todas las mesas ocupadas. Ahora no se distinguía nada. No había nadie, ya no.

martes, 10 de junio de 2008

Consigna ritmo

Tierra que vibra, vibra que raja y quiebra la tierra. Rocas inertes. Agua que no habla con tierra. Poros nutridos de polvo seco. Seca la piel terrestre. Quema la piel seca de luz. Tiza blanca color tierra. Tierra seca, polvo volátil terrestre. Mineral. Globo que viaja despega de la tierra que vibra, viajero color piel, color tierra, sube al globo, cae a tierra. Poros color polvo se abren, se llenan de tierra. Agujero del suelo se traga al globo, al viajero seco y la piel seca. Viajeros se besan, secos, sin boca. Se encuentran, en el agujero de la tierra terrestre color seco. Terrenal toque de polvo y tierra. Estéril amor de tierra. Estéril la tierra de árboles secos, color tiza. Nariz de tiza que se quiebra, piernas duras. Viajeros del globo de sueños del aire de iris, espejismo que ahora es tierra. Viajantes olvidados en sus túnicas, pelean, porque se acaba la tierra, la partícula infinita de materia, que son sus mismos huesos. Se mueven peleando los huesos, lo mas seco, lo más polvo del viajero. Mineral molido. Tierra dura. Hueso. Sed de sal, sal manchada de tierra. Suelo que se quiebra en el camino horizontal que nunca se termina. Viajantes lloran, lloran tierra de sus poros secos, de sus cuerpos sufrientes de tierra. Viajantes que pronto serán inertes. Rocas que tapan los poros, que llenan todo otra vez de tierra. Conversan los átomos marrones que contienen toda la materia, lo que queda, lo que resta, la esencia. Falsa ilusión blanda se vuelve olvido. Dureza. Cuerpo que vino del polvo y polvo vuelve a ser.

sábado, 7 de junio de 2008

Escribir del pensar ( pensar en escribir)

Ya estoy andando el taller, y en el andar parece que uno va haciendo las cosas sin darse cuenta, y al detenerse y mirar atrás, uno piensa ¿Lo hice? ¿Hice bien lo que hice? Sería muy dificil responder a esas preguntas. En general pienso que todo lo que hago, podría haberlo hecho mejor. Creo que si fuera amiga de Carver, éste me despreciaría. Pero en definitiva, ¿puede alguien pensar que escribe lo mejor que puede?
Al comenzar el taller, me preguntaba si realmente se podía aprender a escribir, si no era una capacidad con la que ya veníamos de fábrica. Siempre el escribir me pareció algo muy envuelto de espontaneidad, de intuición. Sigo pensando que lo es, pero ahora también creo que el taller sirve, y mucho. El taller es el esfuerzo consciente de escribir, la obligación de hacerlo, dedicándole tiempo y trabajo a las palabras. El hecho de adquirir la práctica, de meterse en el mundo de los escritores, de conocer la estructura que hay detrás de una historia, del contar, cambia las cosas, hace que superemos el rango de aficionados. Y además de la escritura, uno va ejerciendo el trabajo de lectura desde el código de escritor, con la particularidad de que todo se vuelve vulnerable de ser analizado, y lo que antes leíamos inocentemente ahora lo desmenuzamos. En pocas palabras, el taller nos vuelve sagaces y tenaces, activos y con una mirada agudizada. Ya no hay lugar para miradas distraídas. El taller nos vive pinchando con un alfiler.

Mi escritura me gusta, y a veces la detesto. Últimamente creo que hay cosas que van cerrando en mi cabeza, siento que estoy encontrando un lugar y afianzándome en él, pero eso no quiere decir que muchas veces no me encuentre desbordada y sienta que realmente no puedo con la tarea, que no se escribir. Me parece que el hecho de ir escribiendo cosas posibilita a que cada vez lo hagamos mejor, que vayamos superando errores y cruzando barreras. Me parece una experiencia perfeccionadora. Que uno se va despojando con las cosas que escribe mal, como si fuera una catarsis, y ese paso, ese escribir mal del principio, es necesario para superarse y escribir mejor. Me estoy convenciendo de que hay bastante de prueba y error. En la entrega del primer bloque -bloque entrevista- no logré escribir como hubiera querido; me parece que habiendo hecho esa entrevista (que era la primera), la próxima vez podré hacerlo mucho mejor, porque no voy a repetir las cosas que ya se que hice mal o que no me gustaron, o dejaron conformes.

Además creo que como escritora –o aspirante a…-, tengo una forma trabajar, un tanto caótica pero la única que me funciona hasta ahora, que consiste en ir escribiendo palabras o frases sueltas, en forma de tips, ideas de lo que tengo en la cabeza, que al volcarlas en el papel, me van dejando ver un rumbo, y en base a eso voy encadenando las cosas y armando una cierta estructura. Pero tengo mis tiempos, y creo que se trata de un proceso cognitivo que lleva un tiempo determinado, bastante caótico e incierto, hasta que al fin, cierra. Pero cuesta.