viernes, 13 de junio de 2008

Frío - calor

(narración a partir de un espacio físico)

El cielo era más azul que nunca –más azul que nunca no podía ser, porque yo estaba sola, y la vida aun no se me revelaba-, el ambiente era nítido y frío. Una noche fría de mayo, como la mayoría de las noches que nos dio mayo ese año, como si mayo fuera una especie de dios.

Estaba sentada afuera, en las afueras del edificio, en el mismo lugar que había compartido con una persona que ya se había alejado de su vida, casi de la peor forma, de la forma que ella sabia desde antes, de la forma que no quería, -esa amistad pegajosa y sonriente-. Estaba en esos pasajes de cementos y hojas caídas, que recorrían un lugar, que cuando las condiciones estaban dadas, se volvía tenebroso. Galpones muy grandes, con ventanales de vidrios rotos, lugares siniestros y vacíos, algunos techos ya derrumbados hace mucho tiempo, solo vigas, estructuras ya sin sentido material, que sostenían al cielo, tal vez para que no se nos venga todo encima.
También vi con el cielo esas veces que nos juntábamos casi a desgano, y yo me hacia la loca y pateaba ramas, y siempre mantenía distancia y todo era inútil. Pero ahora también era inútil relacionar esos lugares con aquel personaje, porque ya no había nada de esas cosas, y en los lugares no quedan las anteriores presencias de las personas, porque el tiempo se lleva todo, muy avaro a veces nos deja la memoria, solo eso.
Y ahora ella estaba sola, porque en las horas libres ya no había muchos amigos, a esa edad los amigos ya eran otra cosa, todo se volvía otra cosa.
Había tanta gente dentro del edificio, tanto murmullo y barullo, saludos casuales y automáticos, sonrisas necesarias, carteles políticos, que tuvo que salir, tuve que salir, no importaba el frío, siempre es bueno tomar aire aunque sea frío, y poder estar en soledad, lejos de las obligaciones que implicaban mantener una conducta entre tantos.
Por otro lado estaba el mareo que tenia, las súbitas sensaciones de frío-calor, la molestia en el vientre, el molesto e inoportuno llamado. Porque algo había pasado por esos días. Algo con él. Por un lado lo de siempre, esa forma irresponsable de tomar pastillas, por otro lado algo nuevo, desde hace unos días.
En el momento en que parecía ver la revelación, las voces interrumpieron casi sin tomar recaudos, sin la conciencia de la molestia ni del otro, las voces se imponían, y no dejaban seguir pensando en nada mas, eran unos estudiantes que se preparaban para decir lo que habían aprendido, hablaban de la guerra mundial, del librecambismo (¿) , de fases, de épocas, del consenso de Washington, de la guerra fría. ¿Como es que estaban ahí afuera? Si yo me había ido lejos. Sin embargo, la apariencia de las cosas había cambiado, todo era lejano, nublado, nada se entendía. Por fin decidieron irse, pero no por darse cuenta de que me molestaban, eso no les importaba, tal vez ni se habían dado cuenta de mi presencia.
Se daba cuenta que los demás pasaban por al lado como si nada, y ella misma lo hacía todo el tiempo. Sea como sea se fueron, justo cuando empezaba a entender un poco sobre ese sueño en el que despegaba, en el pájaro, en la libertad. La necesitaban. Se lo habían dicho esa misma tarde por computadora.
Todo volvió, otra vez las fábricas sin techo, frías y oscuras, con cavidades secretas que nadie entendía, ni se esforzaba por entender. Se le ocurrió mirar para dentro, desde su soledad inevitable y ansiada, a los que estudiaban juntos los que llenaban las mesas de cosas académicas, de conocimiento, de iluminismo y de chismes, de sentido común. Había dejado todas las mesas ocupadas. Ahora no se distinguía nada. No había nadie, ya no.

1 comentario:

Celia Güichal dijo...

Están muy emparentados los dos relatos que escribiste, no? Hay un clima interno similar en los personajes.
saludos,
Celia