viernes, 13 de junio de 2008

Camino infinito

(narración a partir de una imagen onírica)


Habían pasado ya quince días. Yo pensaba que en el encierro entre un par de paredes, el tiempo se estiraría como chicle, pero no fue así. A veces ni me acordaba del tiempo. Si ya había superado mi obsesión por contar el tiempo, había decidido deshacerme del reloj unos cinco días antes de enfermarme. A pesar de eso, en esa última semana sin reloj, no había dejado de ser puntual, como si las horas se me hubieran incorporado al cuerpo, al pulso de la muñeca. Pero con el encierro las cosas cambiaron, a veces cenaba, y al rato amanecía. Salvo cuando alguien de mi estima venía a visitarme, cuando venía Fran, ahí si que volvía a ver el reloj cada un minuto, si me decía a las cinco y eran las tres y media, esa hora y media estaba perdida, sólo una espera, una mirada eterna al reloj, me hacía tan mal recurrir al reloj que arreglamos que ya no acordaríamos una hora, sino que nos empezamos a guiar por la posición del sol, me divertía mucho con él, me hacía muy bien, en los últimos tiempos nos habíamos hecho muy amigos, muy indispensables, por momentos me asustaba un poco mi dependencia, por eso nos veíamos cada tanto, con mesura.
Mi encierro duró más de quince días. Vivo en un departamento, herencia de mi abuela, es grande, tiene más habitaciones de las que yo necesito, si me aburro de estar en un ambiente me voy a otro, y me entretengo mirando los detalles de las paredes, y los techos, y los muebles y los pisos, otras veces me gusta revolver un gran armario que ocupa toda la pared de mi cuarto. Por eso fue que la idea de tener que estar muchos días haciendo reposo no me perturbaba. Era necesario, y cuando las cosas son necesarias están bien, nunca le retruqué al médico sobre sus indicaciones, y mucho menos sobre su diagnóstico.
Había sido un sábado, me sentía muy mal, muy mareada, me desvanecía en los lugares de tumulto, me daba un calor repentino, me sentía en el aire, y comenzaba a desvariar, a veces hasta la mente se me bloqueaba y me quedaba inmóvil, sin reacción, si permanecía mucho tiempo sentada, prestándole atención a alguien, en una situación luminosa y rodeada de gente me empezaba a asfixiar, un halo pesado me rodeaba y tenía que salir inmediatamente del lugar. Por eso es que tuve que dejar de asistir a las clases de francés, y por supuesto, tuve que tomar distancia del instituto en el que daba clases, enseñaba historia. “Clara, vos tenés la bilis negra”, me decía mi abuela cuando me llamaba por teléfono. Yo no contestaba, sabía que me quería provocar.
Quince días me había dicho el médico que descanse, complementando el tratamiento con unas pastillas azules muy pequeñas que tenía que tomar todas las noches, que muy cautelosamente guardaba en un monederito de un colorado furioso estampado de florcitas blancas, monederito que muy estúpidamente se me perdía de vista a menudo. Hubo veces en que lo buscaba durante horas, revolvía toda la casa, y terminaba encontrándolo debajo de la cama, o en el cajón tapado por papeles y viejas cartas.
El primer día de encierro estuve muy alterada, invadida de una profunda tristeza, toda la tarde en la cama, mirando TV o leyendo revistas, o pensando en nada. Cada tanto lloraba, realmente la situación me desbordaba, ni siquiera los llamados de Penélope me hacían olvidar. La misma existencia mía, de mi cuerpo en esa cama, de mis neuronas procesando las imágenes que emitía el televisor, me devastaba, porque nada podía yo hacer. Pero los días que siguieron recobre cierta fuerza, cada tanto venía Penélope a comer, y nos quedábamos hablando durante horas y horas de Dios, o de historia o del Universo, tomando una copita de jerez; en esos momentos me sentía muy feliz. Otras veces hablaba con mi madre por teléfono, y nos entendíamos, entonces me entusiasmaba y los invitaba a tomar el té, a mirar una película. Tanto mi madre como mi padre eran condescendientes conmigo, y se preocupaban porque no me falte nada, porque me sienta bien, en determinado momento me preguntaban por mi salud, y lo que comenzaba como un diálogo se volvía pronto una discusión en la que yo terminaba gritando, y esa noche dormía tan mal. Otros días me gustaba estar sola, pasármela improvisando en la cocina, escuchando la radio. Todo pasaba rápido, y yo sentía cada vez con más fervor que debía estimular mi hemisferio derecho, ese pensamiento me acechaba, soñaba con mi hemisferio derecho, y me despertaba en medio de la euforia, cayendo en la cuenta de que no había nada.
A los diez días de encierro mi salud había mejorado notablemente, el médico me visitó y me dijo que realmente estaba muy bien, que ya no necesitaría de las pastillitas, y que podía salir algún día si así lo quería.
La noche siguiente había soñado cosas horribles, había estado caminando toda la noche. Caminaba por calles que después se hacían dunas, y el cielo estaba nublado, yo caminaba. De vez en cuando aparecía Fran a los costados de mi sendero, me hablaba, pero yo no lo escuchaba, me trataba de decir algo, me tendía la mano. Yo no podía hablarle, ni alcanzarlo. Intentaba en vano, mi único movimiento eran pasos constantes hacia delante. Y luego Fran se iba transformando en agua, corría por el cordón de la vereda, me salpicaba en la cara dolorosamente y pronto me inundaba. Esa acción se repitió varias veces, hasta que me despertó el teléfono:

-¿Hola?
-¿Clara?
-Justo estaba soñando con vos, que oportuno sos cuando…
-¿Cómo te encontró el médico?
- Me dijo que ya estoy bien, que ya puedo salir. De hecho, voy a caminar por la ciudad en una hora…(La pared tenía una mancha de humedad)
-Esperame hasta la tarde y vamos juntos, ¿Te parece? ¿A donde te gustaría ir?
-¿Hasta la tarde?, no puedo esperar más, es ahora o nunca, ya sabes que… (La mancha venía del techo!)
-Déjame ir con vos, por favor, no quiero que salgas sola.
-No escandalices, no me va a pasar nada, ya no estoy débil, además soy grande, no necesito que me… (El televisor seguía prendido)
-Es que te quiero acompañar, quiero estar con vos en este momento…
-Tengo que hacerlo ahora! Si espero más de dos horas me voy a… (Una mujer llorando)
-A las 5, te paso a buscar…
-No! Me voy a vestir, en una hora salgo. (El ropero abierto)
-¿Donde vas a estar?
-No se.
-Bueno, te voy a llamar al...
"¿José? Dice que no llueve y quiere. .. llueva….llover. Cuantas veces te repetí que…Macarena me vas a volver loco,..”
-¿Hola? Está ligado...
Corté.

No iba a esperar más, era el momento, realmente estaba ansiosa. Me puse mi piloto beige, las botas largas, los guantes, una última mirada al espejo, y me aproxime a mi destino. Al fin salí. Caminaba en el tumulto de la peatonal a las cinco de la tarde. Prefería no acordarme en que calle estaba, me era suficiente el ruido para desorientarme, los pasos apurados, las miradas, el peso de los pilotos de los peatones sobre mi cabeza.
Me sentía algo perdida, no sabía en que esquina doblar. Me tropecé con un poste en la vereda llegando a la esquina, di un giro y me maree levemente, al levantar la mirada un chico se estaba riendo, y se tapaba la boca con las dos manos. Me sentí idiota, y decidí doblar en la esquina. La calle estaba cortada, y el tope era un gran local de bajo, con dos ventanales de vidrio muy grandes, encima de los cuales un cartel con unas letras chinas que invitaba a entrar. Una especie de tienda oriental, un aire de misticismo alrededor.
Entré, al abrir la puerta pesada de vidrio me topé con una gran pared blanca, “la pared de las imágenes mentales, pruebe ver su destino”. Rápidamente aleje mi mirada de esa pared. A un costado había otros productos igual de interesantes. Chauchas amarillas comestibles para bajar la presión, granos de arroz que curaban las pasiones intempestivas, y más cosas que llenaban toda una mesa. Ying Su me miraba muy cordialmente: “Puede probar todo, tranquila puede probar. Pruebe”
En una mesa contigua de vidrio unas instrucciones, en un pequeño volante de papel:
“Uso del hemisferio derecho:
1. No se preocupe, las fallas de la memoria por lo general no se deben a patologías ni al paso de los años.
2. El refuerzo de la memoria mediante repasos periódicos desarrolla nuevas conexiones entre las neuronas y fortalece el recuerdo.
3. Es muy útil la práctica de ejercicios que requieran mucha concentración mental. Palabras cruzadas, enigmas, juegos de naipes o ajedrez, etc. son estrategias muy recomendadas para una buena gimnasia mental.
4. Aprenda y utilice cotidianamente técnicas de memoria,
5. Entrene su capacidad de visualizar objetos con los ojos cerrados. Primero observe atentamente un cuadro, una foto, un paisaje y después cierre sus ojos y procure visualizar con la mayor cantidad de detalles que le sea posible.
Miré la pared en blanco e intimidante por un momento, tenía miedo de lo que pudiera ver, la imagen se formo clara, al principio como en el aire, pero de a poco se fue proyectando en la pared, aunque no tan en el centro como lo hubiera querido. Un sendero de cemento, un piso frio -lo se porque yo lo caminaba-, tan frío como mis pies y la punta de mi nariz. La niña estaba en el medio de ese camino infinito, sus pasos alineados en una dirección, adelante ¿pero hacia dónde iba? La niña que no sabe que es niña, sola. A los costados del camino dos mares, inmensos, interminables. El agua saltaba en gigantes olas de ambos lados, atravesando el sendero, atormentadora. La imagen era sombría, pero paradójicamente llena de paz. La niña camina mirando el suelo, pero pronto levanta su mirada, y el agua sobre su cabeza cruza despiadada, pero no la toca.

1 comentario:

Celia Güichal dijo...

Drusila: en tu escritura veo que hay "pasta" de narradora. Te recomiendo que sigas escribiendo. No era fácil encontrarle un final a esta historia, no? Pero lograste un buen final, me gusta.