-¿Con cual de tus caras estoy hablando? Le decía Anne a Ralph, -siento que me mirás y te conozco, pero no sabría determinar la mitad de tu mirada que me pertenece en este instante. –Es toda, mi mirada es una, aunque no lo creas. (Silencio) Anne siempre esperaba algunas palabras más que no llegaban, era como un juego, como si él supiera que ella con solo preguntar se figuraba una respuesta, que muy probablemente era la acertada, porque se conocían bien. Y no se cuidaban, nunca se cuidaron.
La mayoría de la gente tenía miedo de dudar y ver las cosas por la mitad. Si andaban por el parque y se besaban no se lo preguntaban, simplemente sabían que se amaban y que no podrían vivir el uno sin el otro, que se irían de luna de miel y visitarían parejas de amigos recién casados. Repitiendo las palabras dulces todas las mañanas, y los legados románticos desfigurados que la gente apropió como sus sentimientos de todos los días mientras escuchan algún suplicio de algún cantante centroamericano en la radio que configura ese amor ridículo de dependencia y flores y alegría. “Me levanto y pienso en ti, oh si…” y otras frases igual de previsibles, junto con un par de mensajes mandados desde celulares, mintiendo, como siempre, mintiéndose. Los amantes son tan honestos, darían la vida si es que su amor se cae al río, y lo querrían igual mojado, una vez rescatado y vomitando peces contaminados, con hojalatas oxidadas en la cabeza. Llena de palabras su boca, como arcoiris que flotan en la brisa de la distancia que los separa, que son diez centímetros y que pronto borraran al acercarse con un beso baboso e interminable que se darán en la entrada del subte, mientras la gente pasa pensando en sus propias porquerías, y una chica de tapado y ojos tristes los ve y le repugna el movimiento de los cuerpos y las bocas enviciadas. Todo porque son ciegos. Anne no era así, solo se vendaba los ojos de vez en cuando, y por eso hacía tantas preguntas, y por eso era tan interesante y magnética con ciertas personas que la querían llevar a la cama. Solo unas pocas, las demás la encontraban aburrida y estúpida, porque se negaba a bailar la conga.
Desde las alturas, Ralph intentaba sacar fotos y eludir una pregunta más sobre la cantidad de las caras que mostraba. Le impresionaban las nubes moviéndose y formando figuras que Anne le señalaba con la punta de un dedo frío y él no tardaba en encontrar. Ya habían subido cuarenta metros, y faltaban solo nueve para llegar a la cima del faro, a la cual nunca llegarían por un molesto dolor de estómago de Ralph y las consiguientes ganas de vomitar de ella. Igualmente se besaron para creerse un poco más cercanos, bajaron tropezando con grupos de niños que subían atolondrados, y sus cabezas no dejaron de pensar en todo el camino de vuelta lleno de melodías de rock, de pensar en lo inútil de todo ese viaje.
jueves, 9 de julio de 2009
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