martes, 25 de marzo de 2008

Borrame

Concienzuda, que fea palabra, la diría mi abuela. Pero mi abuela también sabe decir esas palabras que me parecen tan raras por estar tan distantes en el tiempo pero a la vez tan fabulosas. Todavía no entendí muy bien lo que es la conciencia, y menos lo que es ser una persona digna de ella, supongo que la conciencia es eso que nuestro cerebro por si mismo trata de eludir, y ahí es cuando nosotros amenazamos al cerebro, y así quedamos. Además la conciencia se mezcla con la ética, la conciencia ética, es en realidad el mismísimo sustento de la conciencia. Todo este palabrerío poco importa, porque, en fin, ni a mi me importa, ni siquiera me esfuerzo en decir algo inteligente. Lo que me importa dejar en este escrito es una reflexión, una inquietud, un pensamiento que tal vez su único fin sea intentar marcar límites, como todo, guiar comportamientos, decidir qué es lo que hay que hacer, y cómo hay que hacerlo.

¿Hasta donde podemos mirar a los demás y quien nos da el permiso?

¿Cuanto puedo yo escribir de una persona que conoci ayer? ¿Y que conoci hace 3 años? ¿Cuántas horas podría pasarme escribiendo sobre Stephen? ¿Cuánto de todo eso él me dejaría mostrar? ¿Cuánto me gustaría que Stephen escribiera sobre mí? Me encantaría que escribiera sobre mí.

Me parece que al que escribe le conviene hacerse el tonto, enmascarar las cosas. O remitirse a dar opiniones sin intentar describir la realidad. Nos la pasamos hablando de los demás, de conocidos y de completos extraños, de gente que ni siquiera sabemos si es real, de gente que aparece en los sueños. ¿Y cuánto de todo eso podemos escribir?

Por mí, sería ideal que nadie hable de nadie, que nadie busque nada, que nadie se conozca.

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