Hace tiempo estábamos con una amiga en la playa, nos dispusimos debajo de una sombrilla, de frente al mar. Sin embargo nuestra vista estaba atravesada por diversas sombrillas plantadas en la arena, y diversas personas que charlaban, se reían, tomaban mate o se inventaban algún juego para pasar el rato. El momento no era de encuentro con la naturaleza, muy al contrario, era un bullicio de voces, de objetos de colores sobre la arena, de plástico, de lonas. En ese ambiente hay que saber abstraerse para sentir que uno esta disfrutando de algo frente al mar.
Mi amiga y yo habíamos llevado, como los demás, material de lectura, y nos íbamos leyendo una a la otra de nuestros preferidos relatos. Ella me leía algún cuento de Kafka al azar, y yo trataba de seguir un orden y leer uno por uno las piezas de Final del Juego, de Cortazar. Pero lo más sensato era pensar que tendría que elegir mis favoritos, porque ella no me iba a permitir leerle todo el libro completo. Elegí uno, Flores Amarillas, y la playa, así como estaba, con toda esa gente que me molestaba, se volvió un lugar especial. En definitiva no era tanto el mar lo que lo hacía especial, sino ese bullicio, esas cantidades de gente que reducían el espacio a cubículos artificial y accidentalmente configurados. Nuestro lugar se volvía más cálido, y las paginas del libro nos envolvían en una sensación de atmósfera protectora, porque vivíamos la realidad de la playa, pero vivíamos simultáneamente la realidad de un hombre que se creía inmortal, que había encontrado su alterego, un alterego que trascendía el tiempo, y que le permitía vivir para siempre, en otro cuerpo. Algo así decía Cortazar. Y yo leía la página 58 y de reojo, detrás de mi libro sujetado por mi mano, un señor leía el diario, y tal vez pensaba en la inmortalidad, o tal vez no, o tal vez se hacía el tonto y estaba escuchando lo que yo leía.
Por momentos toda la gente que nos rodeaba se volvía una nube indiferenciada, gris como una masa de viento a punto de subir y desaparecer. Nosotras estábamos salvadas, pasando por un momento de satisfacción, compartiendo algo, una sensación, un extrañamiento, que nos alejaba de todos los demás, algo que nadie sabía. En otros momentos era una comunidad, todos nos estaban escuchando y estaban sufriendo como Luc, tomando una copa de vino, lamentándose en un bar. En el fondo eran extraños, en el fondo también, los compadecíamos.
[11/03/08]
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