lunes, 15 de junio de 2009

Hubo una epoca en que Leo -de Leonarda o Leonardita para los que sabían que era una
niña- salía a pasear en bicicleta todos las tardes que iba a la casa de sus abuelos. La bicicleta era nueva, y ella se sentía salvaje a su manubrio, poruqe era una bicicleta de varón. El paseo consistía en andar por la vereda de la cuadra; mayormente primero hacia la izquierda, donde estaba la casa de los vecinos gallegos y un poquito más hasta llegar a la esquina, y luego la vuelta atravesando las veredas de los vecinos de la derecha, pero nunca cruzaba la calle. Lo más divertido eran las bajaditas en pendiente que habia entre una vereda y otra, y las que estaban todas poceadas y habia que maniobrar con astucia para no caerse de boca al piso y romperse alg´n diente o en el mejor de los casos ensusiarse toda la ropa de tierra. cuando se entusiasmaba Leo se animaba a dar la vuelta a la esquina y llegar hasta lo del almacenero Eugenio. Todos los vecinos eran gente grande, como los abuelos, o mayores, pero Leo se les quedaba a hablar de vez en cuando,con cierto pesar, porque ellos que no tenían nada que hacer le daban charla. con respecto a los niños, Leo siempre los veía mayores que ella, sin saber exactamente la edad que tenían, y prefería no hablarles. A veces cruzaban miradas, o alguna que otra palabra que simulaban tirar al aire y que distraidamente caía en los oidos más proximos que eran los de Leonarda, y ella devolvía también al aire, y se cruzaban las bicis sin chocarse y cada uno seguía su camino. La mayoría eran varones, y Leonarda se comportaba como una nena aunuqe tuviera la bicicleta de las tortugas ninjas y se dirigiera con velocidad. Así iba de aca para alla, con su reducido recorrido, en el que siempre encontraba algún detalle nuevo en las baldosas, algún pozo nuevo, o hacía diferentes derrapes por la tierra que llenaban el aire de polvo. Pocas veces se caía, a pesar de la gran velocidad que tomaba, y nunca se llevó por delante ningún vecino. Un día Leo se animó a ir a la plaza que quedaba a dos cuadras de su recorrido habitual, era una tarde nublada de otoño, las andadas por los senderos llenos de hojas caídas eran muy divertidos, no solo el ruido de crujido que hacían las hojas secas, sino también la sensación de estar pisando algo por debajo, cosas escondidas debajo de las hojas que la rueda apretujaba contra el suelo. En medio de la concentración, se chocó con un chico, pero ninguno de los dos se cayó y cada uno siguió su camino. A lo largo de la tarde se cruzaron varias veces más y ninguno de los dos se habló, si bien se examinaban de cerca cada vez que se cruzaban. Leo se enfermó y por una semana no volvió a salir ni a pasar por la plaza. Nunca más vio al chico, pero sí en sus sueños, un día se lo encontró a la orilla de una laguna. Por fin se dijeron los nombres, dieron unas vueltas juntos y se tiraron en la laguna aunque estaba prohibido hacerlo, pero no había nadie, y el agua era tan azul que ningún mal podía hacerles. Estaban seguros, nadaron, se divirtieron, ella penso que no sabía nadar, y ahí estaba sumergida, moviédose como un pez dorado. El tiempo parecía que no pasaba, el cielo se volvía rosa por momentos, morado. Los arbustos que rodeaban el lugar cambiaban también los colores, sería la luz del sol, que no estaba pero se sentía. Sería el calor que atravesaba el cuerpo cuando se acostumbraba al agua fría. Sus palabras encajaban al instante al salir de sus bocas. Ese día algo cambió, ese sueño que permaneció, nose si alguien despertó. Nose de quien era el sueño. el agua de la laguna era colores y brillo en los cuerpos, y de a momentos un intenso dolor en el estómago, en el corazón que parecía salirse, que parecía romperse en pedazos. Nose de quien era ese corazón. El día terminó, Leo recuperó su bici y extrañamente decidió nunca mas volver a esa laguna.

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